8.8.04

Cuento de hadas - parte III

Lo que el siguiente día le reveló fue totalmente distinto. El bosque era hermoso y un intenso olor a hierba y flores la envolvió, sumiéndola en un estado de paz y tranquilidad que no conocía desde el día anterior. De repente, sintió que todo lo que había pasado se arreglaría, que podría enmendar el mal causado y recuperar el amor de su familia. No sabía donde se encontraba, pero eso no importaba. Exploraría el bosque para ver que encontraba.

A medida que las horas transcurrían fue internándose más y más en la floresta, y al mismo tiempo, su sorpresa iba en aumento. Flores que no había visto nunca antes y cuya belleza parecía sobrenatural acudían a su encuentro, y también todo tipo de aves e insectos, todos llenos de unos colores y una vivacidad que la hacían detenerse para observarlos con curiosidad. Todo el bosque parecía lleno de magia, una magia benigna que debía emanar de algún lugar concreto de aquella zona. La princesita se propuso encontrar la fuente de aquella magia y aprender de ella todo lo que pudiera.

Tras una intensa caminata, llegó al corazón del bosque. Allí había un arroyuelo de aguas claras y susurrantes, que aplacó la sed de la muchacha y calmó el dolor de sus pies magullados. Mientras estaba sentada con ellos en el agua, unos pececillos de color dorado nadaron cerca de ella y le mordisquearon la piel. Sonrió y jugó con ellos utilizando los pies, pero al cabo de un rato se dispersaron, y la princesita decidió que ya era hora de ponerse en marcha. Cogió unas bayas de un arbusto cercano y, mientras los comía y su dulce sabor le renovaba las fuerzas, siguió el curso del río hasta que encontró un puente. “¡Un puente!”, se dijo, “eso significa que debe haber gente por aquí cerca”.

¡Y tanto que había gente! Sin que se diera cuenta, alguien había seguido a la muchacha desde que había llegado al centro de la floresta y sólo cuando ella habló por primera vez decidió salir de las sombras.

- ¡Hola¡ ¿Vive alguien aquí?
- Hola.

La princesita se giró conmocionada. Ante ella se encontraba un anciano encorvado de aspecto frágil, vestido con una túnica de terciopelo morado y un característico sombrero puntiagudo que le identificaba como mago.

- Me ha asustado, señor.
- También tú a mí, pequeña. No suelo ver a mucha gente en este lugar.

Su voz era suave y cálida. La princesita sintió que se trataba de un buen hombre, así que se relajó.

- ¿Quién es usted?
- Oh, no soy más que un viejo mago, chiquilla. Mi nombre es Serfadah, y sé quien eres tú. Tu noble linaje es claramente visible a pesar del estado lamentable en el que te encuentras. No hay más que una hija de reyes en el país que circunda mi bosque. También han llegado a mí las noticias de tus trastadas.

Ella, avergonzada, bajó la vista y dijo:

- ¿Cómo sabes eso?
- Ya te he dicho que soy un mago.
- ¿Y cómo es que el hechizo de Morgea no te afecta?
- Oh, sí que me afecta, pero no del mismo modo que a otras personas. En mi mente se forman claras imágenes acerca de lo que sucedió en el palacio que construiste, pero, por desgracia, soy una persona habituada a esos ‘accidentes’. Sin embargo, he de decirte que este hechizo que pende sobre tí es muy fuerte y no tiene solución inmediata. Supongo que Morgea se enfadó mucho cuando supo lo que hiciste con su don.
- ¿Conoces a Morgea?
- ¡Claro que sí! Es famosísima en el mundo de la magia. Todos la veneramos por su sabiduría y benevolencia.
- ¿Benevolencia? ¡ja! Conmigo no fue nada benevolente.
- Merecías su castigo y lo sabes.

La princesita volvió a mirar el suelo, avergonzada.

- Bueno, sí… es cierto. Un momento… antes dijiste que estabas acostumbrado a esas imágenes tan horribles. ¿A qué te referías?

El rostro Serfadah se tornó ceniciento. Parecía que, de pronto, todo el peso del mundo hubiera caído sobre sus viejos hombros. Aún así, decidió contarle su historia a la princesa.

- Pertenezco a la sagrada Orden de los Magos de la Sheraia. Desde muy pequeños somos entrenados en el arte de la magia blanca con el fin de ayudar a los demás con cualquier problema que tengan. Todos nosotros somos muy poderosos en la magia, puede que no tanto como magos de otras ordenes, pero sí lo suficiente como para hacer cosas bastante grandes. Fíjate en este bosque por ejemplo. Habrás visto que de noche es bastante terrorífico, ¿verdad? Pues su horror no se queda simplemente en lo físico (árboles de ramas retorcidas, sonidos extraños, cientos de ojos rojos que observan al intruso, etcétera). También tiene un poderoso hechizo que hace que toda persona que no tenga un buen corazón no soporte estar en este bosque más de cinco minutos y salga huyendo. De este modo, evito tener que tratar con criaturas molestas. En cambio, para todo aquél que es capaz de sortear ese hechizo, un bosque de gran belleza surge ante sus ojos.

La princesita asentía asombrada. ¡Ojalá Serfadah le enseñase todo cuanto sabía!

- Bien, ¿por donde íbamos? Ah, ya lo recuerdo. Bueno, este enorme poder llegó a afectar a algunos integrantes de mi Orden. En realidad, a demasiados. Consumidos por una sed de fama y riquezas, dejaron de utilizar la magia para ponerla al servicio de los demás y la usaron para amenazar a la gente y hacer que les dieran todo cuanto tenían. Puede que te preguntes que si deseaban oro, podían haberlo hecho aparecer mediante un sortilegio. Pero las cosas no son tan fáciles, y toda orden de magos tiene sus limitaciones. La de Sheraia consiste en que no podemos crear objetos de la nada, sólo utilizar los ya existentes. A todos aquellos que no querían colaborar con los magos, los masacraban, imponiendo el terror por donde quiera que fuesen. Por suerte, los magos de otras órdenes y los miembros de mi orden que no estaban de acuerdo con ese régimen se unieron para acabar con esta serie de monstruosidades, eliminando a todos aquellos cuyo uso de la magia no era correcto. No me siento orgulloso de ello, ya que les pagamos con su misma moneda, pero el fin justificaba los medios. Como resultado de todo esto, ya no quedan muchos en mi orden hoy en día, pero los pocos que hay conocen la historia de la Orden de Sheraia, y eso evita que puedan caer en usos malignos de la magia.
- Es una triste historia.
- Lo sé. Pero, afortunadamente, ésta tiene un final feliz. Ahora los magos de Sheraia nos dedicamos a ayudar a todo aquél que lo necesite, sobre todo la gente del pueblo llano. Aunque de vez en cuando, más de un noble ha requerido nuestros servicios. Pero… te estoy aburriendo mucho y sé que estás cansada. Ven, mi casa está cerca de aquí y allí podrás asearte, comer y descansar.

Antes de que la chiquilla pudiera protestar para decirle que no se había aburrido en absoluto, Serfadah comenzó a andar y ella se vio obligada a seguirle, para no perderse.

Varias horas después, se encontraban sentados en la cocina de la pequeña y humilde casa del mago. La princesita miraba a su alrededor con asombro, pues la habitación estaba llena de todo tipo de libros y utensilios de magia, los mismos que años atrás no se habría molestado en contemplar. Parecía que el hechizo de Morgea comenzaba a surtir efecto y nuestra princesita empezaba a abrir su mente a la sabiduría. Con la voz cargada de emoción dijo:

- ¡Me gustaría tanto aprender todo lo que conoces sobre la magia, Serfadah!
- ¿En serio te gustaría, pequeña?
- Sí.
- Bien, ¿querrías entonces ser mi aprendiz?

La muchacha se quedó con la boca abierta, pero fue capaz de balbucear:

- ¡Sí!

Entonces Serfadah se echó a reír y dándose un sonoro manotazo en la rodilla dijo:

- ¡Cáspita! Desde el primer momento en que te ví en el bosque supe que no pasaría un día mas sin tener aprendiz.

Continuará...