10.8.04

Cuento de hadas - parte IV

Los años pasaron y la princesita dejó de ser una chiquilla para convertirse en una mujer. Aprendía de su maestro con avidez y siempre obedecía en todo lo que le decía. Desde el momento en que se convirtió en la aprendiz de Serfadah, le acompañó a decenas de villas y aldeas para ayudar a sus habitantes en todo lo que pudieran necesitar: un poquito de magia para evitar que los gusanos se comiesen los vegetales por aquí, una poción para quitar un mal de ojo por allá, algún sabio consejo para un noble de mente turbulenta, y otras cosas parecidas. Todo ello formaba parte del aprendizaje de la princesa. Pero se veía obligada a ver a Serfadah trabajar de forma que los demás no notasen su presencia, ya que el castigo de Morgea aún estaba presente en ella. Si se hubiera acercado a toda esa gente, habrían salido huyendo aterrorizados.

Durante todo aquel tiempo, la princesa pensó largo y tendido sobre el incidente de Prosperidad y se acordó mucho de sus padres. Los echaba de menos y se preguntaban si habrían llegado a perdonarla. Quizás en aquellos momentos tenía un nuevo hermanito y no lo sabía, pero, aún así, no se le pasaba por la mente la idea de visitarlos. Simplemente aún no estaba preparada para ello.

Llegó un día en que un suceso alteró la monotonía de su vida de aprendiz con Serfadah. ¡Le había ofrecido hacer un trabajo por sí misma! Al principio, ella demostró sus temores:

- Pero, ¿y el maleficio? ¿No crees que los aldeanos huirán ante mi presencia?
- Eso es algo a lo que debes enfrentarte, mi querida alumna. No siempre puedes esconderte por temor a lo que la gente pensará de ti. Debes poner en práctica todo aquello que te he enseñado. Además…
- ¿Sí?
- Oh, nada, nada. Desvaríos de un viejo chalado.

El anciano escondía algo, pero ella sabía que si el mago no deseaba revelarle algo, no lo haría, por mucho que ella suplicase. Así que no hablaron más del tema y se dedicaron a prepararse para su inminente partida hacia el pueblo donde se requerían sus conocimientos. Se trataba de eliminar un maleficio que un pícaro trasgo había lanzado sobre el alcalde del pueblo en cuestión, y que hacía que este llevase varios días flotando como un globo en el techo de su casa. Según contaba el mensaje que uno de los cuervos del alcalde había llevado hasta el bosque, la situación era realmente incómoda, porque para darle la comida al pobre hombre había que lanzarla hacia arriba y esperar que éste tuviera la suficiente maña como para atraparla al vuelo. ¡Y ya no digamos si necesitaba hacer sus necesidades!

Por fin, tras pasar unas horas cargando sus pociones y libros de hechizos en la bolsa de viaje, se pusieron en camino. El viaje se hizo bastante rápido, ya que Serfadah se lo pasó contándole a su alumna historias de magos famosos que habían estado en su orden y cómo habían tenido que tratar con gente con problemas de lo más variopinto. Cuando llegaron al pueblo, se encontraron con una multitud agolpada a los pies de un edificio que se echaban las manos a la cabeza mientras señalaban con pavor algo que se agitaba en la parte superior del mismo. Tanto el mago como su aprendiz siguieron los dedos con su mirada y se quedaron con la boca a bierta:

- ¡Cáspita! – dijo Serfadah - ¿ése es …?

Efectivamente, era el alcalde. Por alguna razón había abandonado la incomodidad del techo de su casa para salir al exterior. Quizás alguna criada despistada había dejado la ventana abierta para que se airease la habitación en la que el pobre hombre se hallaba y éste se había deslizado hacia fuera. Por suerte, el pantalón del desdichado había quedado enganchado en una teja, lo que había impedido que saliera despedido hacia la azul inmensidad del cielo.

Una mujer de la multitud se giró y los vio, y dijo:

- Alabados sean los dioses, por fin ha llegado el Sabio. ¡Por favor, ayúdele antes de que sea tarde!
- Sí señora, así lo haremos. Pero no seré yo el que haga el trabajo hoy, si no mi alumna.
- Muy bien, muy bien. Pero que sea rápido.

La princesa se concentró en su trabajo, dejando atrás cualquier otro pensamiento. Era el primer encargo que recibía de su maestro y quería que todo saliera bien. Lo primero que hizo fue pedir a la gente que reuniesen todos los colchones que pudieran para que los colocasen debajo de donde se encontraba el alcalde. Se hizo con suma presteza, y pronto hubo un enorme montículo de colchones agolpados contra la pared de la casa. Entonces, la princesa comenzó a recitar los versos del hechizo que había memorizado para resolver el problema.

Y ¡plop! Con un golpe sordo, el alcalde pasó de ser un globo que ondeaba desesperado al viento para transformarse en un cuerpo magullado que yacía barriga arriba sobre los colchones, al tiempo que una nube de danzarinas plumas le rodeaba. La multitud lanzó vítores y se puso a dar saltos de alegría: ¡su querido y bonachón alcalde había sido salvado! Todos quisieron dar las gracias a la bella dama que les había ayudado, pero debieron esperar su turno, ya que el alcalde se había levantado y quería ser el primero en presentar sus respetos.

- Oh, bellísima dama. Mil gracias os doy por haberme ayudado. La verdad es que la situación se había vuelto insostenible. ¿Cómo podría recompensaros por vuestra acción?

Ella, que hasta entonces había estado llena de felicidad, se apeó un breve instante de su nube color de rosa para mirar interrogativa a Serfadah:

- Mi buen alcalde, no le pediremos nada que no pueda usted darnos. Ponga usted el precio que desee a su generosidad. Nosotros los magos no somos dados a pedir grandes cantidades de oro, pero la verdad sea dicha, algo sí que necesitamos para sobrevivir.

- Bien, entonces os daré…

Dejó que Serfadah y el alcalde hablasen del dinero mientras que ella volvía a paladear su triunfo. De pronto, se dio cuenta de una cosa: ¡la gente no estaba huyendo de ella! Todos estaban alegres a su alrededor y le daban la mano como signo de agradecimiento, sin que una sola mirada agresiva estropease el acontecimiento. Eso era lo que su maestro no quiso contarle antes de emprender el camino. ¡Viejo pícaro! Pero en el fondo sabía que había hecho lo correcto, seguramente ella no habría estado tan atenta a su trabajo de haber sabido que la maldición había desaparecido.

Aquél día marcó el final del aprendizaje de la princesa. Con un cálido abrazo dejó al anciano Serfadah en su bosque para emprender un viaje que la llevaría por el mayor número de reinos posibles para conocer el mundo y su gente, y entablar amistad con todos los magos y magas que encontrara en su camino. Pero antes de hacerlo, decidió que ya era hora de volver a ver a su familia. Seguro que se sentirían orgullosos de ver en lo que su testaruda y estúpida hija se había convertido. De algún modo u otro, sabía que todo iba a salir bien. Con resolución y una última mirada al bosque que se había convertido en su hogar, inició el camino hacia el palacio de sus padres.

FIN