24.8.04

Crónicas del Círculo II - El ladrón.

Aquella noche era especialmente fría. A través de la suciedad de las ventanas, Yuze contemplaba a las personas que pasaban por la callejuela. Hacía horas que la gente respetable estaba en sus casas, así que los que poblaban la calle en aquellos momentos no eran más que borrachos que buscaban aliviar su frío en la bebida o entre las piernas de alguna meretriz de pechos descubiertos; ladronzuelos de manos ágiles, asesinos y algún que otro guardia intentado mantener el orden. A pesar de que estos últimos hacían sus rondas sin despistarse de su trabajo, rara era la ocasión en que la noche se marchaba sin dejar algún muerto tras de sí. Yuze acarició la suave capa de piel y, no sin cierta sorna, se dijo que aquella noche sería como la mayoría. Su vieja y raída capa envolvía ahora el triste cadáver de un escribano que había osado meterse en un callejón para aliviar su cargada vejiga. No importaba que hubiera ocurrido en plena tarde, el pueblo estaba acostumbrado a mirar hacia otro lado cuando algo no le interesaba lo más mínimo.

Tras comprobar que en la calleja no había nadie que pudiera ser su cliente, se dio la vuelta para dirigirse a la destartalada mesa. En ella reposaba una raída bolsa de cuero, en cuyo interior estaba el objeto que le proporcionaría suficiente oro como para poder retirarse cómodamente del mundo del robo por unos cuantos años, además de la posibilidad de salir del Círculo y dirigirse a mejores tierras. Lo extrajo para observarlo una vez más. Era una hermosa copa de oro macizo adornada con toda suerte de símbolos color azul turquesa. Siguió con sus finos dedos las líneas que componían dichos símbolos, mientras pensaba “La Copa Áurea… qué hermosa es”. Hacía tres días que la había robado y desde entonces la había contemplado cientos de veces. A su mente llegaron las imágenes del robo y posterior huida de Retthe. Desde luego, había sido el mejor trabajo de su vida.



Su cliente le había explicado detalladamente cómo era el Templo Sagrado. El edificio era de construcción sencilla, aunque desde fuera pareciese justo lo contrario. A la vista de sus altísimos muros de piedra negra, cualquiera podía decir que se trataba de un bastión inexpugnable, pero la realidad era otra. El Templo tenía una única planta y justo en el centro de ella se elevaba un alto pilar de mármol blanco, sobre el cual reposaba la vitrina que contenía la Copa. Todo aquél que deseara contemplarla, podía hacerlo sin ningún problema, pero nadie podía tocarla bajo ningún concepto. Las paredes de la inmensa habitación se hallaban adornadas por otros pilares de la misma factura que el central, aunque estos llegaban al mismo techo.

Yuze preguntó como haría para entrar y su misterioso acompañante le reveló la existencia de un pequeño ventanal del que el ladrón jamás había oído hablar y que nunca había visto con sus propios ojos. Se encontraba en una de las paredes laterales del edificio, justo en el hueco situado entre dos de las columnas que adornaban las paredes interiores. Había sido sellado hacía años, cuando los cuervos mensajeros dejaron de ser utilizados en el Templo, y por eso muy poca gente sabía de su existencia.

El ventanal estaba a considerable altura del suelo, pero una vez superado ese obstáculo, el robo sería sencillo, siempre y cuando Yuze pudiera deshacerse de los ocho guardias que vigilaban día y noche la Copa sagrada.

Envuelto en tinieblas y vestido con unas ajustadas mallas de lana negra, el ladrón realizó el trabajo aquella misma noche. Con la agilidad de un gato escaló los quince metros que separaban el suelo de la que sería su estrecha entrada al Templo. No fue difícil retirar la argamasa que cubría el antiquísimo ventanal y después de eso, con mucho cuidado, rompió el cristal. Yuze era de constitución delgada, así que no le costó demasiado entrar.

Una vez dentro, el silencio se hizo dueño de la situación. El único ruido que lo rompía provenía de los pasos rítmicos de los guardias que, apostados en torno al pilar central, vigilaban la Copa Áurea. La sombra que era Yuze se quedó quieta en el pequeño hueco del ventanal y observó con sumo cuidado todos los movimientos que ocurrían en el lugar. Algo le había llamado la atención, pero no quería actuar hasta que estuviera seguro.

Tras una hora de completa inactividad, su pensamiento quedó confirmado. ¡Tan solo había cuatro guardias! Aquello era muy extraño, ¿por qué habrían de cambiar su costumbre de vigilancia los Señores de la Ley? Los pasos que había oído al entrar le habían indicado que no había tantos guardias como cabía esperar, pero fue la paciente espera la que le dio seguridad para dar el siguiente paso. No creía que pudiera tratarse de una trampa, así que bendijo su buena estrella y siguió adelante.

La sombra se aferró a una de las columnas que estaban cerca de ella y se deslizó hasta el suelo. Sacó de entre sus ropajes una cerbatana y cuatro proyectiles, procurando no tocar la punta de estos últimos. Se hallaban impregnados de veneno de Harix, potente hasta extremos inimaginables y que podía matar en cuestión de segundos. Arropado por la oscuridad de la habitación, apuntó al primer guardia y disparó.

El desdichado no sintió más que un leve pinchazo, que asoció a la picadura de un molesto insecto, así que no se inmutó. La sombra fue así recorriendo el camino que le separaba de los otros guardias, siempre envuelto en la oscuridad, y disparando con la cerbatana un total de tres veces. Entonces se puso a contar en voz baja:

- Un, dos, tres, cuatro, cinco…

Al tiempo que decía “cinco”, el primer guardia se desplomó, seguido de cerca por sus tres compañeros. Estaban muertos.

Satisfecho, la sombra se dirigió al pilar central. Hacerse con la Copa fue lo más sencillo de todo. Horas después, Yuze ya se encontraba en camino a Hrothja, el pueblo donde se encontraría con su cliente.



Un golpe en la puerta hizo volver al ladrón de su ensoñación. Guardó con cuidado la Copa Áurea en la bolsa y con su habitual sigilo, se acercó a la puerta al tiempo que empuñaba su daga.

- ¿Quién eres y porqué me molestas?

Una leve risa sonó al otro lado de la puerta.

- Soy la llave a tu nueva vida. Pero si me consideras una molestia, puede que me lo piense mejor.

Dentro de la habitación, Yuze suspiró y guardó la daga. Su cliente había llegado.

Abrió la puerta, y tras asegurarse de que aquél hombre estaba solo, hizo un gesto invitándole a pasar. Éste no se lo pensó dos veces y abandonó las sombras del pasillo para internarse en la trémula iluminación de la habitación que había alquilado para el ladrón.

- Mi querido Yuze – dijo al tiempo que se apoyaba en la mesa, frente al ladrón - ¿has encontrado la habitación de tu agrado?
- Para seros franco, no demasiado, pero no tiene importancia. Las habitaciones que ocuparé a partir de hoy serán mucho más cómodas.

El extraño movió la cabeza en señal de asentimiento al tiempo que sacaba una mano enguantada de debajo de la capa de piel negra para agarrar la bolsa que estaba justo detrás de él. Yuze observó el proceso en silencio, al tiempo que contemplaba con agudeza a su interlocutor. Tal y como había ocurrido la última vez, éste se ocultaba bajo un halo de misterio que encendía la curiosidad del ladrón. Vestía completamente de negro, y sus rasgos faciales quedaban velados por una capucha que le caía hasta los ojos. En realidad, era un atuendo bastante común en los pueblos del Círculo, pero Yuze sentía que bajo él no había una persona común y corriente. Sus movimientos parecían los de un felino, sus ojos parecían verlo todo aunque estuvieran concentrados en otros quehaceres. “Me pregunto quién será y porqué se arriesgará a poseer esa maldita Copa. Los Señores de la Ley la buscarán hasta en debajo de las piedras.”

El misterioso hombre ya tenía la susodicha en las manos y la miraba con fervor.

- Buen trabajo, Yuze. Realmente tu fama es merecida.
- Gracias – contestó éste secamente - Pero dejémonos de monsergas, ¿qué hay del pago?
- Tranquilo, tranquilo. Todo a su debido tiempo. ¿Acaso no quieres conocer las noticias? Te has pasado varios días encerrado aquí, seguramente no estarás al corriente.
- ¿Al corriente de qué?
- Oh, los Señores han encontrado a los ladrones.

Yuze se puso tenso.

- ¿Ladrones?

De nuevo una leve sonrisa escapó de los labios del misterioso hombre.

- Explicaos.
- No es nada especial. Alguien – remarcó esta palabra – colocó una réplica perfecta de la Copa Áurea en el zurrón de una cría. Ahora mismo ésta y su cómplice, el hermano, están en prisión y se ha dictaminado que serán ahorcados dentro de unos días.

El ladrón suspiró audiblemente.

- Ha sido muy inteligente por su parte.
- Lo sé. Me permitirá poseer esto – señaló a la Copa que ahora reposaba en la mesa- con total tranquilidad. Y a ti te permitirá salir de aquí sin ningún problema. Aquí está la recompensa por tus esfuerzos.

De las entrañas de su capa sacó una abultada bolsita, que dejó suspendida sobre la mesa durante unos segundos para luego permitir que cayese con un sonoro golpe.

Yuze se acercó a recogerla. El peso del oro en su mano constituía una gran sensación de poder. Abrió con cuidado la bolsita y observó su contenido. Todo estaba en orden.

- ¿Todo bien? - preguntó su cliente.
- Perfecto. ¿Y qué hay de….?
- Tal y como prometí, tendrás disponible un transporte que te sacará del Círculo pasado mañana, al despuntar el alba. No llegues tarde, pues no esperarán por ti. Bien, parece que aquí termina nuestro pequeño compromiso. Espero que todo te vaya bien.

Yuze notó un toque de ironía cuando aquél hombre pronunció la última frase, pero no le importó. Su trabajo había finalizado y ya era libre. Podría ver otras tierras mejores que las del círculo, diría adiós al frío y al hambre, a los malditos Señores de la Ley y su deidad. Pensaba todo esto al tiempo que tomaba la mano que le tendía su cliente para darle un fuerte apretón, su último contacto con él.

No lo vio venir. Un segundo antes sujetaba en una mano una bolsa llena de oro y en la otra, la mano derecha del extraño. Ahora yacía en el suelo con un puñal clavado en el corazón.

Encima de él, el extraño dejó de ser tal para convertirse en una persona de rasgos totalmente definidos. La capucha había sido apartada, y Yuze contempló perfectamente al hombre que tenía en frente. Ya no le importó, el dolor era demasiado fuerte y recorría su cuerpo en oleadas. No intentó moverse ni quejarse, sabía que su vida terminaría en ese momento. ¡Maldita sea, como podía haber cometido tal error!

Como si hubiera leído su pensamiento, el hombre que le observaba con una mirada cargada de indiferencia dijo:

- Aquí acaba tu miserable vida.

Y agachándose hasta que su cara casi rozó la del moribundo, le cortó la garganta.