28.8.04

¿Vienes tú o voy yo?

Eran las seis de la tarde, y como cada día laboral, Laura salió del trabajo a toda prisa. No quería llegar ni un minuto tarde a su cita, así que corrió tanto como sus fuerzas le permitieron. A las seis y cinco ya había recorrido la calle Mayor y, tan sólo siete minutos y medio después, llegó a su casa.

Ni si quiera se paró a dar una caricia a Mimí, su gata persa, que esperaba frente a la puerta con ganas de juguetear con su dueña; pasó de largo y tiró el bolso y la cazadora en el sofá. Luego presionó el botón de encendido del ordenador y, mientras éste arrancaba, se preparó un capuchino. Cuando dio el primer sorbito, ya había iniciado sesión en su chat habitual.

Con una mezcla de alegría y ansiedad, paseó su mirada por la lista de nicks de la gente que se había conectado antes que ella… ¡allí estaba él! Con una sonrisa en los labios Laura saludó a su amor.

"luna nueva" dice: ¡hola, cariño! ¿Has estado esperando mucho tiempo?

Su nombre era Manuel, tenía su misma edad y vivía a cientos de kilómetros de distancia de ella, lo cual no les impidió conocerse y enamorarse a través de Internet. Llevaban seis meses chateando, durante los cuales se habían intercambiado fotografías, reflexiones, intimidades y promesas de amor eterno; lo único que les faltaba para consolidar su relación era verse y establecer contacto físico.

"claroscuro" dice: hola, mi amor. No te preocupes, llegué hace un par de minutos.

Habían intentado encontrarse varias veces, pero por alguna razón u otra, siempre habían surgido impedimentos debidos al trabajo, la familia y otros quehaceres. Sin embargo, volverían a intentarlo otra vez. A Laura, de profesión abogada, le habían concedido en el trabajo una semana de vacaciones como premio por haber ganado un caso de especial dificultad. Era, desde luego, una magnífica noticia y esperaba que aquella vez el deseado encuentro pudiera hacerse realidad. Se lo comunicó a Manuel y al tiempo que sentía mariposas revoloteando en su estómago, esperó su respuesta.

"claroscuro" dice: ¿Es eso cierto? ¡Magnífico! La galería esta funcionando muy bien, así que podré escaparme unos cuantos días. ¿Vienes tú o voy yo?

Iría ella, tenía muchas ganas de conocer Barcelona, ya que nunca había tenido oportunidad de visitarla. Pero lo mejor de todo es que él la acompañaría en todo momento. Laura estaba tan contenta que no cabía en sí de gozo.

Al día siguiente compró el billete de autobús, y unas horas después se encontraba en camino, con su maleta cargada de ropa, sueños y promesas. El viaje resultó demasiado largo para el gusto de Laura, parecía que el conductor hubiera decidido tomárselo con calma y conducir a la velocidad de un caracol. Deseaba levantarse y gritarle: ¡pisa el acelerador, maldita sea! Pero al fin y al cabo, era una mujer adulta, así que no se dejó dominar por aquella estúpida idea. Tras cuatro horas de tensión, el viaje concluyó.

Habían quedado en que Manuel la esperaría en la estación de autobuses, pero cuando Laura se bajó del autobús no lo vio por ningún lado. Se dirigió a la máquina de refrescos más cercana y sacó un bote de Coca-cola light. Resultaba gracioso verla dando sorbitos a la vez que recorría pequeños círculos que tenían como centro su maleta de viaje.

- ¡Laura!

Se giró sobresaltada al oír su nombre, pero el hombre que había gritado era un completo desconocido. Una chica que, segundos antes, había estado cerca de ella, salió al encuentro del extraño y se fundió con él en un largo abrazo. Se alegró por ellos y se imaginó el momento en que ella hiciera lo mismo con Manuel, lo que provocó que un montón de mariposas volvieran a hacerle cosquillas en el interior del estómago. Estaba muy nerviosa.

Pasó el tiempo, los segundos se convirtieron en horas y con las horas llegó la inquietud, que acabó dando lugar a la desesperación. ¿Qué ocurría? ¿Se había echado Manuel atrás? No, eso no era posible. Le conocía, él no era así… pero ¿le conocía de verdad? Había hablado con varias amigas suyas acerca de su relación, y a ninguna le había gustado la idea. “Enamorarse a través de Internet es peligroso, Laura”, le habían dicho, “¿Cómo sabes que ese hombre no te está mintiendo?”

No era la clase de reacción que le hubiese gustado en ellas, pero no podía culparlas. Eran sus amigas y se preocupaban por ella. La verdad es que no les había hecho demasiado caso, y ahí se encontraba: sola en una estación de autobuses de Barcelona y Manuel sin dar señales de vida.

La estación se vació para volver a llenarse después con los pasajeros que provenían de mil lugares diferentes de España. Laura sentía unas ganas enormes de llorar. Ya habían transcurrido cinco horas desde su llegada y estaba tentada de comprarse un billete de vuelta a Madrid y contarles a sus amigas lo ocurrido, para que la regañaran cariñosamente y le dieran ánimos. Quizás hasta conocería a algún madrileño que le hiciese poner los pies en la tierra y olvidarse de Manuel e Internet, ¿por qué no?

No se decidió hasta que otras dos horas se sumaron a las que ya llevaba esperando. Deprimida, se subió a un autobús que la llevaría de vuelta a casa, de vuelta a la vida real. Así había concluido su viaje relámpago a Barcelona. Quizás ya no volvería nunca a visitar esa ciudad.


Mientras todo esto ocurría, una vida se apagaba en un hospital barcelonés. Manuel había estado tan nervioso como Laura aquél día, tanto que caminaba por la calle sin atender a lo que ocurría, como si se encontrase en una dimensión aparte. Lamentablemente, el vehículo que le atropelló era tan real como la vida misma, y no se pudo hacer mucho por él. Su último pensamiento fue para ella: estaría sola, se sentiría engañada, le odiaría. Y el no podría hacer nada para sacarla de su error.

24.8.04

Crónicas del Círculo II - El ladrón.

Aquella noche era especialmente fría. A través de la suciedad de las ventanas, Yuze contemplaba a las personas que pasaban por la callejuela. Hacía horas que la gente respetable estaba en sus casas, así que los que poblaban la calle en aquellos momentos no eran más que borrachos que buscaban aliviar su frío en la bebida o entre las piernas de alguna meretriz de pechos descubiertos; ladronzuelos de manos ágiles, asesinos y algún que otro guardia intentado mantener el orden. A pesar de que estos últimos hacían sus rondas sin despistarse de su trabajo, rara era la ocasión en que la noche se marchaba sin dejar algún muerto tras de sí. Yuze acarició la suave capa de piel y, no sin cierta sorna, se dijo que aquella noche sería como la mayoría. Su vieja y raída capa envolvía ahora el triste cadáver de un escribano que había osado meterse en un callejón para aliviar su cargada vejiga. No importaba que hubiera ocurrido en plena tarde, el pueblo estaba acostumbrado a mirar hacia otro lado cuando algo no le interesaba lo más mínimo.

Tras comprobar que en la calleja no había nadie que pudiera ser su cliente, se dio la vuelta para dirigirse a la destartalada mesa. En ella reposaba una raída bolsa de cuero, en cuyo interior estaba el objeto que le proporcionaría suficiente oro como para poder retirarse cómodamente del mundo del robo por unos cuantos años, además de la posibilidad de salir del Círculo y dirigirse a mejores tierras. Lo extrajo para observarlo una vez más. Era una hermosa copa de oro macizo adornada con toda suerte de símbolos color azul turquesa. Siguió con sus finos dedos las líneas que componían dichos símbolos, mientras pensaba “La Copa Áurea… qué hermosa es”. Hacía tres días que la había robado y desde entonces la había contemplado cientos de veces. A su mente llegaron las imágenes del robo y posterior huida de Retthe. Desde luego, había sido el mejor trabajo de su vida.



Su cliente le había explicado detalladamente cómo era el Templo Sagrado. El edificio era de construcción sencilla, aunque desde fuera pareciese justo lo contrario. A la vista de sus altísimos muros de piedra negra, cualquiera podía decir que se trataba de un bastión inexpugnable, pero la realidad era otra. El Templo tenía una única planta y justo en el centro de ella se elevaba un alto pilar de mármol blanco, sobre el cual reposaba la vitrina que contenía la Copa. Todo aquél que deseara contemplarla, podía hacerlo sin ningún problema, pero nadie podía tocarla bajo ningún concepto. Las paredes de la inmensa habitación se hallaban adornadas por otros pilares de la misma factura que el central, aunque estos llegaban al mismo techo.

Yuze preguntó como haría para entrar y su misterioso acompañante le reveló la existencia de un pequeño ventanal del que el ladrón jamás había oído hablar y que nunca había visto con sus propios ojos. Se encontraba en una de las paredes laterales del edificio, justo en el hueco situado entre dos de las columnas que adornaban las paredes interiores. Había sido sellado hacía años, cuando los cuervos mensajeros dejaron de ser utilizados en el Templo, y por eso muy poca gente sabía de su existencia.

El ventanal estaba a considerable altura del suelo, pero una vez superado ese obstáculo, el robo sería sencillo, siempre y cuando Yuze pudiera deshacerse de los ocho guardias que vigilaban día y noche la Copa sagrada.

Envuelto en tinieblas y vestido con unas ajustadas mallas de lana negra, el ladrón realizó el trabajo aquella misma noche. Con la agilidad de un gato escaló los quince metros que separaban el suelo de la que sería su estrecha entrada al Templo. No fue difícil retirar la argamasa que cubría el antiquísimo ventanal y después de eso, con mucho cuidado, rompió el cristal. Yuze era de constitución delgada, así que no le costó demasiado entrar.

Una vez dentro, el silencio se hizo dueño de la situación. El único ruido que lo rompía provenía de los pasos rítmicos de los guardias que, apostados en torno al pilar central, vigilaban la Copa Áurea. La sombra que era Yuze se quedó quieta en el pequeño hueco del ventanal y observó con sumo cuidado todos los movimientos que ocurrían en el lugar. Algo le había llamado la atención, pero no quería actuar hasta que estuviera seguro.

Tras una hora de completa inactividad, su pensamiento quedó confirmado. ¡Tan solo había cuatro guardias! Aquello era muy extraño, ¿por qué habrían de cambiar su costumbre de vigilancia los Señores de la Ley? Los pasos que había oído al entrar le habían indicado que no había tantos guardias como cabía esperar, pero fue la paciente espera la que le dio seguridad para dar el siguiente paso. No creía que pudiera tratarse de una trampa, así que bendijo su buena estrella y siguió adelante.

La sombra se aferró a una de las columnas que estaban cerca de ella y se deslizó hasta el suelo. Sacó de entre sus ropajes una cerbatana y cuatro proyectiles, procurando no tocar la punta de estos últimos. Se hallaban impregnados de veneno de Harix, potente hasta extremos inimaginables y que podía matar en cuestión de segundos. Arropado por la oscuridad de la habitación, apuntó al primer guardia y disparó.

El desdichado no sintió más que un leve pinchazo, que asoció a la picadura de un molesto insecto, así que no se inmutó. La sombra fue así recorriendo el camino que le separaba de los otros guardias, siempre envuelto en la oscuridad, y disparando con la cerbatana un total de tres veces. Entonces se puso a contar en voz baja:

- Un, dos, tres, cuatro, cinco…

Al tiempo que decía “cinco”, el primer guardia se desplomó, seguido de cerca por sus tres compañeros. Estaban muertos.

Satisfecho, la sombra se dirigió al pilar central. Hacerse con la Copa fue lo más sencillo de todo. Horas después, Yuze ya se encontraba en camino a Hrothja, el pueblo donde se encontraría con su cliente.



Un golpe en la puerta hizo volver al ladrón de su ensoñación. Guardó con cuidado la Copa Áurea en la bolsa y con su habitual sigilo, se acercó a la puerta al tiempo que empuñaba su daga.

- ¿Quién eres y porqué me molestas?

Una leve risa sonó al otro lado de la puerta.

- Soy la llave a tu nueva vida. Pero si me consideras una molestia, puede que me lo piense mejor.

Dentro de la habitación, Yuze suspiró y guardó la daga. Su cliente había llegado.

Abrió la puerta, y tras asegurarse de que aquél hombre estaba solo, hizo un gesto invitándole a pasar. Éste no se lo pensó dos veces y abandonó las sombras del pasillo para internarse en la trémula iluminación de la habitación que había alquilado para el ladrón.

- Mi querido Yuze – dijo al tiempo que se apoyaba en la mesa, frente al ladrón - ¿has encontrado la habitación de tu agrado?
- Para seros franco, no demasiado, pero no tiene importancia. Las habitaciones que ocuparé a partir de hoy serán mucho más cómodas.

El extraño movió la cabeza en señal de asentimiento al tiempo que sacaba una mano enguantada de debajo de la capa de piel negra para agarrar la bolsa que estaba justo detrás de él. Yuze observó el proceso en silencio, al tiempo que contemplaba con agudeza a su interlocutor. Tal y como había ocurrido la última vez, éste se ocultaba bajo un halo de misterio que encendía la curiosidad del ladrón. Vestía completamente de negro, y sus rasgos faciales quedaban velados por una capucha que le caía hasta los ojos. En realidad, era un atuendo bastante común en los pueblos del Círculo, pero Yuze sentía que bajo él no había una persona común y corriente. Sus movimientos parecían los de un felino, sus ojos parecían verlo todo aunque estuvieran concentrados en otros quehaceres. “Me pregunto quién será y porqué se arriesgará a poseer esa maldita Copa. Los Señores de la Ley la buscarán hasta en debajo de las piedras.”

El misterioso hombre ya tenía la susodicha en las manos y la miraba con fervor.

- Buen trabajo, Yuze. Realmente tu fama es merecida.
- Gracias – contestó éste secamente - Pero dejémonos de monsergas, ¿qué hay del pago?
- Tranquilo, tranquilo. Todo a su debido tiempo. ¿Acaso no quieres conocer las noticias? Te has pasado varios días encerrado aquí, seguramente no estarás al corriente.
- ¿Al corriente de qué?
- Oh, los Señores han encontrado a los ladrones.

Yuze se puso tenso.

- ¿Ladrones?

De nuevo una leve sonrisa escapó de los labios del misterioso hombre.

- Explicaos.
- No es nada especial. Alguien – remarcó esta palabra – colocó una réplica perfecta de la Copa Áurea en el zurrón de una cría. Ahora mismo ésta y su cómplice, el hermano, están en prisión y se ha dictaminado que serán ahorcados dentro de unos días.

El ladrón suspiró audiblemente.

- Ha sido muy inteligente por su parte.
- Lo sé. Me permitirá poseer esto – señaló a la Copa que ahora reposaba en la mesa- con total tranquilidad. Y a ti te permitirá salir de aquí sin ningún problema. Aquí está la recompensa por tus esfuerzos.

De las entrañas de su capa sacó una abultada bolsita, que dejó suspendida sobre la mesa durante unos segundos para luego permitir que cayese con un sonoro golpe.

Yuze se acercó a recogerla. El peso del oro en su mano constituía una gran sensación de poder. Abrió con cuidado la bolsita y observó su contenido. Todo estaba en orden.

- ¿Todo bien? - preguntó su cliente.
- Perfecto. ¿Y qué hay de….?
- Tal y como prometí, tendrás disponible un transporte que te sacará del Círculo pasado mañana, al despuntar el alba. No llegues tarde, pues no esperarán por ti. Bien, parece que aquí termina nuestro pequeño compromiso. Espero que todo te vaya bien.

Yuze notó un toque de ironía cuando aquél hombre pronunció la última frase, pero no le importó. Su trabajo había finalizado y ya era libre. Podría ver otras tierras mejores que las del círculo, diría adiós al frío y al hambre, a los malditos Señores de la Ley y su deidad. Pensaba todo esto al tiempo que tomaba la mano que le tendía su cliente para darle un fuerte apretón, su último contacto con él.

No lo vio venir. Un segundo antes sujetaba en una mano una bolsa llena de oro y en la otra, la mano derecha del extraño. Ahora yacía en el suelo con un puñal clavado en el corazón.

Encima de él, el extraño dejó de ser tal para convertirse en una persona de rasgos totalmente definidos. La capucha había sido apartada, y Yuze contempló perfectamente al hombre que tenía en frente. Ya no le importó, el dolor era demasiado fuerte y recorría su cuerpo en oleadas. No intentó moverse ni quejarse, sabía que su vida terminaría en ese momento. ¡Maldita sea, como podía haber cometido tal error!

Como si hubiera leído su pensamiento, el hombre que le observaba con una mirada cargada de indiferencia dijo:

- Aquí acaba tu miserable vida.

Y agachándose hasta que su cara casi rozó la del moribundo, le cortó la garganta.

14.8.04

El viejo.

Se levantó muy temprano, tal era su costumbre. Le gustaba caminar por la ciudad y ver las primeras luces del sol reflejarse en los edificios, en los árboles, en las aceras; respirar el aire de la ciudad antes de que ésta recibiera su ración diaria de polución. Pero sobre todo, le gustaba ver las calles vacías y escuchar el silencio que la casi total ausencia de gente produce a esas horas.

Caminaba despacio, ya que la rapidez y la prisa le habían sido negadas hacía ya años, cuando la artrosis se había adueñado de su viejo cuerpo. Pero no se quejaba. Al menos podía valerse por sí mismo y la vida aún no le ofrecía dificultades insalvables. No todos sus amigos podían decir lo mismo.

Llegó al banco que cada mañana ocupaba y se sentó. Entonces cerró los ojos y dejó que el ambiente del parquecito penetrase en sus sentidos. No había otro momento del día en que se sintiera más vivo. Aún podía percibir el olor de la hierba y la caricia del aire en su piel arrugada. El colorido de los árboles y arbustos aún llegaban con claridad a sus ojos. Se dijo a sí mismo que no había que preocuparse mientras eso no cambiara, aunque no podía evitar preguntarse de vez en cuando “¿qué será de mi cuando llegue ese día fatal? El día en que deje de percibir las cosas que me hacen seguir adelante, el día en que ya no me pueda levantar, el día en que…”

¡No! ¡Mejor no pensar en ello! Mejor vivir el día a día.

Pero no lo conseguía. A decir verdad, tenía mucho miedo. Su esposa había muerto hacía diez años y no habían tenido hijos. La soledad le seguía a todas partes, pero no constituía una gran compañera. Incluso cuando estaba con sus amigos se sentía un poco aislado y no entendía muy bien porqué era. Seguramente ellos compartían sus mismos temores, seguramente entre todos podrían ayudarse o incluso guiñarle un ojo a la muerte de vez en cuando por medio del humor y del compañerismo. ¿Por qué entonces se envolvía en ese mutismo?

Quizás lo había llevado tanto tiempo consigo que ya no podía desprenderse de él. Puede que en eso consistiera la vejez: en ir desprendiéndose de las cosas que antes eran el pan de cada día para acabar centrándose en uno mismo cada vez más. ¿Y a dónde conduce, pues, el paso inexorable del tiempo? Al despego total de la tierra que nos vio nacer… a la muerte. Pero qué más daba, ¿acaso iba a dejar de temerla por encontrarle una supuesta explicación? Meneó la cabeza como respuesta. Se levantó y comenzó a andar. Justo en ese momento, el reloj del parque marcaba las 7 de la mañana.

12.8.04

Destino.

Vacío. Así le parecía el mundo desde que él no estaba a su lado, desde que la abandonó para entregarse a los brazos de la muerte.

Ya no existían los olores, el tacto de los objetos era frío y viscoso y todo lo que veían sus ojos estaba teñido de gris. Tan sólo los latidos de su corazón le recordaban que estaba viva.

“Serviré y protegeré a mi Señor – le había dicho él – pero si he de morir, lo haré para proteger a una mujer. Es mi destino, está escrito desde el momento que nací y mi maestro lo predijo cuando yo aún era un niño. Y he decidido que esa mujer… serás tú”.

Aún recordaba aquellas palabras con claridad, aunque largos años habían pasado desde que él las pronunciara.

Una lágrima recorrió su mejilla.

¡Maldito sea el dios que decidió aquél destino! Sin ningún asomo de piedad, había hecho perecer al mejor hombre del mundo y, a la vez, había condenado a la muerte en vida a la mujer que le amaba.

¿Y de qué sirve estar vivo cuando ya no hay nada por lo que luchar?
¿De qué sirve estar vivo cuando la persona amada ya no está a tu lado?
¿Para qué vivir cuando la esperanza es una palabra cuyo significado te resulta desconocido?

Dedicado a Arashi y Sorata.

10.8.04

Cuento de hadas - parte IV

Los años pasaron y la princesita dejó de ser una chiquilla para convertirse en una mujer. Aprendía de su maestro con avidez y siempre obedecía en todo lo que le decía. Desde el momento en que se convirtió en la aprendiz de Serfadah, le acompañó a decenas de villas y aldeas para ayudar a sus habitantes en todo lo que pudieran necesitar: un poquito de magia para evitar que los gusanos se comiesen los vegetales por aquí, una poción para quitar un mal de ojo por allá, algún sabio consejo para un noble de mente turbulenta, y otras cosas parecidas. Todo ello formaba parte del aprendizaje de la princesa. Pero se veía obligada a ver a Serfadah trabajar de forma que los demás no notasen su presencia, ya que el castigo de Morgea aún estaba presente en ella. Si se hubiera acercado a toda esa gente, habrían salido huyendo aterrorizados.

Durante todo aquel tiempo, la princesa pensó largo y tendido sobre el incidente de Prosperidad y se acordó mucho de sus padres. Los echaba de menos y se preguntaban si habrían llegado a perdonarla. Quizás en aquellos momentos tenía un nuevo hermanito y no lo sabía, pero, aún así, no se le pasaba por la mente la idea de visitarlos. Simplemente aún no estaba preparada para ello.

Llegó un día en que un suceso alteró la monotonía de su vida de aprendiz con Serfadah. ¡Le había ofrecido hacer un trabajo por sí misma! Al principio, ella demostró sus temores:

- Pero, ¿y el maleficio? ¿No crees que los aldeanos huirán ante mi presencia?
- Eso es algo a lo que debes enfrentarte, mi querida alumna. No siempre puedes esconderte por temor a lo que la gente pensará de ti. Debes poner en práctica todo aquello que te he enseñado. Además…
- ¿Sí?
- Oh, nada, nada. Desvaríos de un viejo chalado.

El anciano escondía algo, pero ella sabía que si el mago no deseaba revelarle algo, no lo haría, por mucho que ella suplicase. Así que no hablaron más del tema y se dedicaron a prepararse para su inminente partida hacia el pueblo donde se requerían sus conocimientos. Se trataba de eliminar un maleficio que un pícaro trasgo había lanzado sobre el alcalde del pueblo en cuestión, y que hacía que este llevase varios días flotando como un globo en el techo de su casa. Según contaba el mensaje que uno de los cuervos del alcalde había llevado hasta el bosque, la situación era realmente incómoda, porque para darle la comida al pobre hombre había que lanzarla hacia arriba y esperar que éste tuviera la suficiente maña como para atraparla al vuelo. ¡Y ya no digamos si necesitaba hacer sus necesidades!

Por fin, tras pasar unas horas cargando sus pociones y libros de hechizos en la bolsa de viaje, se pusieron en camino. El viaje se hizo bastante rápido, ya que Serfadah se lo pasó contándole a su alumna historias de magos famosos que habían estado en su orden y cómo habían tenido que tratar con gente con problemas de lo más variopinto. Cuando llegaron al pueblo, se encontraron con una multitud agolpada a los pies de un edificio que se echaban las manos a la cabeza mientras señalaban con pavor algo que se agitaba en la parte superior del mismo. Tanto el mago como su aprendiz siguieron los dedos con su mirada y se quedaron con la boca a bierta:

- ¡Cáspita! – dijo Serfadah - ¿ése es …?

Efectivamente, era el alcalde. Por alguna razón había abandonado la incomodidad del techo de su casa para salir al exterior. Quizás alguna criada despistada había dejado la ventana abierta para que se airease la habitación en la que el pobre hombre se hallaba y éste se había deslizado hacia fuera. Por suerte, el pantalón del desdichado había quedado enganchado en una teja, lo que había impedido que saliera despedido hacia la azul inmensidad del cielo.

Una mujer de la multitud se giró y los vio, y dijo:

- Alabados sean los dioses, por fin ha llegado el Sabio. ¡Por favor, ayúdele antes de que sea tarde!
- Sí señora, así lo haremos. Pero no seré yo el que haga el trabajo hoy, si no mi alumna.
- Muy bien, muy bien. Pero que sea rápido.

La princesa se concentró en su trabajo, dejando atrás cualquier otro pensamiento. Era el primer encargo que recibía de su maestro y quería que todo saliera bien. Lo primero que hizo fue pedir a la gente que reuniesen todos los colchones que pudieran para que los colocasen debajo de donde se encontraba el alcalde. Se hizo con suma presteza, y pronto hubo un enorme montículo de colchones agolpados contra la pared de la casa. Entonces, la princesa comenzó a recitar los versos del hechizo que había memorizado para resolver el problema.

Y ¡plop! Con un golpe sordo, el alcalde pasó de ser un globo que ondeaba desesperado al viento para transformarse en un cuerpo magullado que yacía barriga arriba sobre los colchones, al tiempo que una nube de danzarinas plumas le rodeaba. La multitud lanzó vítores y se puso a dar saltos de alegría: ¡su querido y bonachón alcalde había sido salvado! Todos quisieron dar las gracias a la bella dama que les había ayudado, pero debieron esperar su turno, ya que el alcalde se había levantado y quería ser el primero en presentar sus respetos.

- Oh, bellísima dama. Mil gracias os doy por haberme ayudado. La verdad es que la situación se había vuelto insostenible. ¿Cómo podría recompensaros por vuestra acción?

Ella, que hasta entonces había estado llena de felicidad, se apeó un breve instante de su nube color de rosa para mirar interrogativa a Serfadah:

- Mi buen alcalde, no le pediremos nada que no pueda usted darnos. Ponga usted el precio que desee a su generosidad. Nosotros los magos no somos dados a pedir grandes cantidades de oro, pero la verdad sea dicha, algo sí que necesitamos para sobrevivir.

- Bien, entonces os daré…

Dejó que Serfadah y el alcalde hablasen del dinero mientras que ella volvía a paladear su triunfo. De pronto, se dio cuenta de una cosa: ¡la gente no estaba huyendo de ella! Todos estaban alegres a su alrededor y le daban la mano como signo de agradecimiento, sin que una sola mirada agresiva estropease el acontecimiento. Eso era lo que su maestro no quiso contarle antes de emprender el camino. ¡Viejo pícaro! Pero en el fondo sabía que había hecho lo correcto, seguramente ella no habría estado tan atenta a su trabajo de haber sabido que la maldición había desaparecido.

Aquél día marcó el final del aprendizaje de la princesa. Con un cálido abrazo dejó al anciano Serfadah en su bosque para emprender un viaje que la llevaría por el mayor número de reinos posibles para conocer el mundo y su gente, y entablar amistad con todos los magos y magas que encontrara en su camino. Pero antes de hacerlo, decidió que ya era hora de volver a ver a su familia. Seguro que se sentirían orgullosos de ver en lo que su testaruda y estúpida hija se había convertido. De algún modo u otro, sabía que todo iba a salir bien. Con resolución y una última mirada al bosque que se había convertido en su hogar, inició el camino hacia el palacio de sus padres.

FIN

8.8.04

Cuento de hadas - parte III

Lo que el siguiente día le reveló fue totalmente distinto. El bosque era hermoso y un intenso olor a hierba y flores la envolvió, sumiéndola en un estado de paz y tranquilidad que no conocía desde el día anterior. De repente, sintió que todo lo que había pasado se arreglaría, que podría enmendar el mal causado y recuperar el amor de su familia. No sabía donde se encontraba, pero eso no importaba. Exploraría el bosque para ver que encontraba.

A medida que las horas transcurrían fue internándose más y más en la floresta, y al mismo tiempo, su sorpresa iba en aumento. Flores que no había visto nunca antes y cuya belleza parecía sobrenatural acudían a su encuentro, y también todo tipo de aves e insectos, todos llenos de unos colores y una vivacidad que la hacían detenerse para observarlos con curiosidad. Todo el bosque parecía lleno de magia, una magia benigna que debía emanar de algún lugar concreto de aquella zona. La princesita se propuso encontrar la fuente de aquella magia y aprender de ella todo lo que pudiera.

Tras una intensa caminata, llegó al corazón del bosque. Allí había un arroyuelo de aguas claras y susurrantes, que aplacó la sed de la muchacha y calmó el dolor de sus pies magullados. Mientras estaba sentada con ellos en el agua, unos pececillos de color dorado nadaron cerca de ella y le mordisquearon la piel. Sonrió y jugó con ellos utilizando los pies, pero al cabo de un rato se dispersaron, y la princesita decidió que ya era hora de ponerse en marcha. Cogió unas bayas de un arbusto cercano y, mientras los comía y su dulce sabor le renovaba las fuerzas, siguió el curso del río hasta que encontró un puente. “¡Un puente!”, se dijo, “eso significa que debe haber gente por aquí cerca”.

¡Y tanto que había gente! Sin que se diera cuenta, alguien había seguido a la muchacha desde que había llegado al centro de la floresta y sólo cuando ella habló por primera vez decidió salir de las sombras.

- ¡Hola¡ ¿Vive alguien aquí?
- Hola.

La princesita se giró conmocionada. Ante ella se encontraba un anciano encorvado de aspecto frágil, vestido con una túnica de terciopelo morado y un característico sombrero puntiagudo que le identificaba como mago.

- Me ha asustado, señor.
- También tú a mí, pequeña. No suelo ver a mucha gente en este lugar.

Su voz era suave y cálida. La princesita sintió que se trataba de un buen hombre, así que se relajó.

- ¿Quién es usted?
- Oh, no soy más que un viejo mago, chiquilla. Mi nombre es Serfadah, y sé quien eres tú. Tu noble linaje es claramente visible a pesar del estado lamentable en el que te encuentras. No hay más que una hija de reyes en el país que circunda mi bosque. También han llegado a mí las noticias de tus trastadas.

Ella, avergonzada, bajó la vista y dijo:

- ¿Cómo sabes eso?
- Ya te he dicho que soy un mago.
- ¿Y cómo es que el hechizo de Morgea no te afecta?
- Oh, sí que me afecta, pero no del mismo modo que a otras personas. En mi mente se forman claras imágenes acerca de lo que sucedió en el palacio que construiste, pero, por desgracia, soy una persona habituada a esos ‘accidentes’. Sin embargo, he de decirte que este hechizo que pende sobre tí es muy fuerte y no tiene solución inmediata. Supongo que Morgea se enfadó mucho cuando supo lo que hiciste con su don.
- ¿Conoces a Morgea?
- ¡Claro que sí! Es famosísima en el mundo de la magia. Todos la veneramos por su sabiduría y benevolencia.
- ¿Benevolencia? ¡ja! Conmigo no fue nada benevolente.
- Merecías su castigo y lo sabes.

La princesita volvió a mirar el suelo, avergonzada.

- Bueno, sí… es cierto. Un momento… antes dijiste que estabas acostumbrado a esas imágenes tan horribles. ¿A qué te referías?

El rostro Serfadah se tornó ceniciento. Parecía que, de pronto, todo el peso del mundo hubiera caído sobre sus viejos hombros. Aún así, decidió contarle su historia a la princesa.

- Pertenezco a la sagrada Orden de los Magos de la Sheraia. Desde muy pequeños somos entrenados en el arte de la magia blanca con el fin de ayudar a los demás con cualquier problema que tengan. Todos nosotros somos muy poderosos en la magia, puede que no tanto como magos de otras ordenes, pero sí lo suficiente como para hacer cosas bastante grandes. Fíjate en este bosque por ejemplo. Habrás visto que de noche es bastante terrorífico, ¿verdad? Pues su horror no se queda simplemente en lo físico (árboles de ramas retorcidas, sonidos extraños, cientos de ojos rojos que observan al intruso, etcétera). También tiene un poderoso hechizo que hace que toda persona que no tenga un buen corazón no soporte estar en este bosque más de cinco minutos y salga huyendo. De este modo, evito tener que tratar con criaturas molestas. En cambio, para todo aquél que es capaz de sortear ese hechizo, un bosque de gran belleza surge ante sus ojos.

La princesita asentía asombrada. ¡Ojalá Serfadah le enseñase todo cuanto sabía!

- Bien, ¿por donde íbamos? Ah, ya lo recuerdo. Bueno, este enorme poder llegó a afectar a algunos integrantes de mi Orden. En realidad, a demasiados. Consumidos por una sed de fama y riquezas, dejaron de utilizar la magia para ponerla al servicio de los demás y la usaron para amenazar a la gente y hacer que les dieran todo cuanto tenían. Puede que te preguntes que si deseaban oro, podían haberlo hecho aparecer mediante un sortilegio. Pero las cosas no son tan fáciles, y toda orden de magos tiene sus limitaciones. La de Sheraia consiste en que no podemos crear objetos de la nada, sólo utilizar los ya existentes. A todos aquellos que no querían colaborar con los magos, los masacraban, imponiendo el terror por donde quiera que fuesen. Por suerte, los magos de otras órdenes y los miembros de mi orden que no estaban de acuerdo con ese régimen se unieron para acabar con esta serie de monstruosidades, eliminando a todos aquellos cuyo uso de la magia no era correcto. No me siento orgulloso de ello, ya que les pagamos con su misma moneda, pero el fin justificaba los medios. Como resultado de todo esto, ya no quedan muchos en mi orden hoy en día, pero los pocos que hay conocen la historia de la Orden de Sheraia, y eso evita que puedan caer en usos malignos de la magia.
- Es una triste historia.
- Lo sé. Pero, afortunadamente, ésta tiene un final feliz. Ahora los magos de Sheraia nos dedicamos a ayudar a todo aquél que lo necesite, sobre todo la gente del pueblo llano. Aunque de vez en cuando, más de un noble ha requerido nuestros servicios. Pero… te estoy aburriendo mucho y sé que estás cansada. Ven, mi casa está cerca de aquí y allí podrás asearte, comer y descansar.

Antes de que la chiquilla pudiera protestar para decirle que no se había aburrido en absoluto, Serfadah comenzó a andar y ella se vio obligada a seguirle, para no perderse.

Varias horas después, se encontraban sentados en la cocina de la pequeña y humilde casa del mago. La princesita miraba a su alrededor con asombro, pues la habitación estaba llena de todo tipo de libros y utensilios de magia, los mismos que años atrás no se habría molestado en contemplar. Parecía que el hechizo de Morgea comenzaba a surtir efecto y nuestra princesita empezaba a abrir su mente a la sabiduría. Con la voz cargada de emoción dijo:

- ¡Me gustaría tanto aprender todo lo que conoces sobre la magia, Serfadah!
- ¿En serio te gustaría, pequeña?
- Sí.
- Bien, ¿querrías entonces ser mi aprendiz?

La muchacha se quedó con la boca abierta, pero fue capaz de balbucear:

- ¡Sí!

Entonces Serfadah se echó a reír y dándose un sonoro manotazo en la rodilla dijo:

- ¡Cáspita! Desde el primer momento en que te ví en el bosque supe que no pasaría un día mas sin tener aprendiz.

Continuará...